Historia de la IAFCJ
El siglo XX fue testigo desde su primer día de un fenómeno que vino a vitalizar a la iglesia cristiana y hacer que brotaran las semillas que habían estado enterradas, en algunos casos por siglos, y que ahora podían, como en los tiempos primitivos, fructificar y crecer. El derramamiento del Espíritu Santo en la ciudad de Topeka, Kansas, dio inicio al movimiento pentecostal que se ha convertido probablemente en la fuerza religiosa más extendida en nuestro tiempo, pues se inició en la dinámica del Espíritu Santo, que como lluvia tardía comenzó a derramarse en los corazones que ahora veían las señales primitivas: nuevas lenguas, señales, prodigios, sanidades, etc.
Es bien sabido que el movimiento pentecostal moderno tuvo como centro principal de diseminación la famosa Misión Apostólica de la calle de Azuza en Los Ángeles, California. Aunque las cuestiones de la unidad de Dios y el bautismo en agua no fueron al principio objeto de controversias teológicas tan serias como lo fueron posteriormente, y que en distintos grados prevalecen hasta ahora, es un hecho que el citado movimiento pentecostal se escindió* desde el principio en dos grupos principales: los que se bautizaban en el nombre de Jesucristo y los que bautizaban en el nombre de la Trinidad. También es un hecho que ya para el año de 1909 había en la zona de Los Ángeles, California, grupos que fueron la base del movimiento apostólico actual, principalmente entre los mexicanos y otras personas de habla española que, entre otras cosas, bautizaban como lo hicieron los apóstoles.
De una de esas iglesias salió una mujer mexicana llamada Romana Carbajal de Valenzuela, ama de casa sin pretensiones de predicadora, pero llena de fe y perseverancia que, habiendo sido bautizada en el nombre de Jesucristo y habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, quiso que sus familiares en México también recibieran esta bendición. Con permiso de su esposo llegó a su tierra natal, Villa Aldama, Chihuahua, y comenzó a dar testimonio del evangelio a sus familiares. Al principio ella y el mensaje fueron rechazados, pero el rechazo se transformó en fe y sed de Dios, y así fue como el 1 de noviembre de 1914 doce familiares de la citada hermana fueron llenos del Espíritu Santo y hablaron en lenguas, como Dios les daba que hablasen.
NUESTRA HISTORIA
El hermano Rubén Ortega sólo estuvo un poco tiempo al frente de la congregación en Villa Aldama y ésta prácticamente no creció, quizá porque Dios tenía otros planes. Del grupo original de los doce surgió un ministro llamado Miguel García, quien se trasladó a la región llamada La Laguna y formó las primeras iglesias apostólicas en Gómez Palacio, Durango, y Torreón, Coahuila.
Fueron tiempos de muchas pobrezas, dificultades y persecución. Simultáneamente se comenzaban a formar iglesias apostólicas en Baja California, Sinaloa, y otros lugares.
La obra de La Laguna sufrió divisiones, pero los creyentes originales de toda la región de La Laguna, con excepción de algunos pocos, siguieron bajo el liderato del Obispo Felipe Rivas Hernández, y posteriormente las iglesias que estaban establecidas en otras partes del país, y que reconocían la autoridad del Obispo Antonio C. Nava en los Estados Unidos, quedaron bajo la dirección del Obispo Rivas y el resto de la primera Mesa Directiva, que se organizó en 1932, y que incluía a los reverendos José Ortega Aguilar, como Secretario General, y Manuel Tapia, como Tesorero General.
La hermana de Valenzuela, como se ha dicho, no aspiraba a ser predicadora ni podía quedarse al frente del nuevo grupo de creyentes porque tenía esposo e hijos que le esperaban en el país donde residía, pero tampoco le faltaban recursos ni fe. De alguna manera hizo contacto con el pastor de la Iglesia Congregacional que estaba en la ciudad de Chihuahua, y logró que este hombre creyera en el mensaje apostólico y fuera lleno del Espíritu Santo. Las cosas no podían quedarse a medias, y por ello la hermana de Valenzuela llevó a este pastor a la ciudad de El Paso, Texas, que era el lugar más cercano donde había una iglesia apostólica, que era de raza negra, y ahí fue bautizado el pastor en el nombre de Jesucristo y ordenado para el ministerio. Este pastor se llamaba Rubén Ortega y la iglesia que estaba a su cargo en Chihuahua es conocida ahora como Iglesia Metodista La Santísima Trinidad, pues como resultado del llamado Plan de Cincinnati las iglesias congregacionales de Chihuahua pasaron a ser metodistas después del año de 1914.
Es a partir de 1932 que la IAFCJ empieza a recibir el impulso que hasta ahora la distingue y que le permite colocarse en la posición en que todavía está, la cual ha sido de constante superación. Gradualmente la iglesia se va extendiendo por todo el país, y actualmente cuenta con iglesias en toda la República Mexicana. En 1949, bajo el impulso de Maclovio Gaxiola López, la iglesia admite que el mandato de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura también es para ella, y así se constituye en una de las pocas iglesias evangélicas mexicanas que tienen un programa misionero en el extranjero. Comenzó entonces a enviar misioneros que han establecido iglesias pujantes en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Recientemente se estableció obra también en Canadá, Estados Unidos, Belice, Colombia, Sudamérica y España. La iglesia hermana en Estados Unidos, también acudió al auxilio de sus semejantes de habla castellana, y así se logró que en todo Centro América, en Argentina, Uruguay, Chile, España, Italia y Paquistán se cuente con iglesias como las nuestras.
Todo lo demás es historia llena de hechos concretos que dan a la IAFCJ un lugar muy especial en el mundo evangélico. Esta prosperidad se origina, indudablemente, en la bondad de Dios, en el poder del Espíritu Santo, en las promesas de la Biblia, pero también parte del esfuerzo, la devoción, la lealtad, a la Biblia, el deseo de progresar y la devoción al orden y la disciplina que son parte de la herencia apostólica.